El turismo ¿vulnerable ante el cambio climático? - SUSTENTUR

El turismo ¿vulnerable ante el cambio climático?

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Desde la década de 1950 la marcha del turismo mundial pocas veces se ha detenido. Tal vez los conflictos bélicos, así como las pandemias de 2009 y la actual sean las causas que más recordemos por la magnitud de su impacto. Sin embargo, si sumáramos todos los huracanes, tsunamis e incendios que han ocurrido en destinos turísticos durante los últimos veinte años, nos daríamos cuenta de que estos fenómenos también han pausado el ritmo.

Ahora existe amplia evidencia científica sobre el cambio climático y, por ello, la mayoría de los países del mundo acordaron disminuir la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), así como reducir la brecha vulnerable de la población. 

Con esos objetivos en la mira se alcanzaron los acuerdos tomados en París durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2015. 

Pero… ¿realmente el cambio climático y sus consecuencias conciernen al sector turismo? Les compartiré algunas reflexiones al respecto, con enfoque en México.

Por situarse en la franja intertropical del planeta, estar entre océanos y contener enormes cadenas montañosas, el territorio de la república mexicana enfrenta un alto nivel de riesgo. De acuerdo con Mario Molina, el 15% de la superficie nacional, 68% de su población y 71% de su PIB es altamente vulnerable (2000, pág. 113) ¿Cuántos de nuestros destinos turísticos se encuentran contiguos al mar y alrededor de las montañas? Muchísimos. 

En 2019 el Foro Económico Mundial resaltó al patrimonio natural y cultural del país como el factor mejor calificado en el Índice de competitividad de viajes y turismo, lo que explica el hecho de que previo a la pandemia de COVID-19 México recibiera 45 millones de turistas. Por supuesto, la derrama económica de esos visitantes impulsa el desarrollo regional, pero también el embate de los fenómenos asociados al cambio climático en estos paraísos es cada vez más frecuente y costoso.

Por toda la nación ya son notorios los perjuicios de la variación climática. A los hoteles de Cancún les cancelan reservaciones cuando hay sargazo en las playas y a los de Guadalajara cuando las calles están inundadas. De costa a costa se pueden escuchar voces diciendo que estos desastres “antes no pasaban” y que ahora cualquier persona puede ver con sus propios ojos, incluso sin ser científico. 

Para dimensionar el problema, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (2015) identificó que 319 municipios del país son altamente vulnerables a sequías, inundaciones y deslaves; también esa dependencia señaló que la temperatura promedio nacional ya ha resentido el cambio climático con un aumento de 0.85° C durante los meses cálidos y una reducción de 1.3° C en el periodo invernal. Por regiones, en el noroeste ya aumentó de 1.2 a 1.5°C, en el noreste y centro de 0.6 a 1.2°C, y en la región sur sureste de 0.6 a 0.8°C.

¿Y qué tanto significa el incremento de dos grados en el termómetro global? Según World Resources Institute, a esa temperatura el mar podría aumentar casi medio metro, los arrecifes de coral podrían prácticamente desaparecer y se perdería hasta el 16% de las especies vegetales. 

El impacto socioeconómico en México por desastres naturales de 2000 a 2015, según el Centro Nacional para la Prevención de Desastres (2017), ha afectado a 2.5 millones de personas y ocasionado más de 418 mil millones de dólares en daños materiales. 

Innumerables ocasiones hemos visto el recuento de daños por fenómenos hidrometeorológicos. Por ejemplo, en octubre de 2020 el huracán Delta tocó tierra en el destino turístico de Puerto Morelos, dejando una secuela de daños en la infraestructura estratégica, naturaleza, inmuebles y los servicios turísticos de la región. 

La fuerza de diez mil elementos militares y civiles apoyó a la población para recuperar la comunicación, el abasto y los servicios públicos, considerando que la relevancia turística de la Riviera Maya fue un importante factor para que la zona se reactivara en pocos días. 

Afortunadamente hoy se cuenta con tecnología que predice anticipadamente a los ciclones y tormentas, así como su trayectoria. El efecto ya está previsto, pero sobre la causa sería deseable que las actividades humanas que provocan el calentamiento global se redujeran. 

La Organización Mundial del Turismo (2008) asume que este sector emite el cinco por ciento de los GEI totales. Parece poco si lo comparamos con otros ámbitos productivos, pero la huella de carbono del transporte aéreo y terrestre, así como la energía consumida por el aire acondicionado, la calefacción, la refrigeración y las albercas de los hoteles, restaurantes y spas es un asunto mayúsculo. ¿Nos deberíamos preocupar por el impacto ambiental de ese cinco por ciento? 

El Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (2017) ha elaborado escenarios de cambio climático, estimando que a finales del siglo XXI la temperatura en México aumentará hasta cuatro grados centígrados en la zona norte, y que en el resto del país incrementará entre 2.5 y 3.5 grados. Respecto a las lluvias, es probable que disminuyan entre cinco y diez por ciento.

En otras palabras, el ascenso de la temperatura causará más ondas de calor y sequías, al igual que la disminución de lluvias a lo largo del año. Sin embargo, se espera que los ciclones tropicales sean cada vez más intensos y se presenten con mayor frecuencia. La precipitación acumulada anual será baja, pero muy intensa por evento, lo que aumentará el riesgo de inundaciones y deslaves.

En el contexto de la epidemia mundial que ahora nos aqueja, Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de la ONU para el Medio Ambiente, señaló que ante los escenarios previstos “no hay vacuna para el cambio climático”. Nada más cierto. Los daños esperados en el futuro harán palidecer el impacto del actual fenómeno sanitario. Irremediablemente la biodiversidad, las poblaciones, los sectores productivos y la infraestructura se verán perjudicados.

Afortunadamente la ruta viable para disminuir los riesgos mencionados está en la mitigación y la adaptación al cambio climático: el primero, se concentra en reducir las emisiones de bióxido de carbono mediante ajustes a los sistemas de energía y transporte; el segundo, busca disminuir la vulnerabilidad e impulsar la resiliencia frente al cambio del clima en los sistemas humanos y naturales. 

Ya son muchas las empresas turísticas que han avanzado en la mitigación mejorando la eficiencia energética de sus edificios y vehículos, así como utilizando energías renovables para descarbonizar a la ilusamente llamada “industria sin chimeneas”. Sobre la adaptación, el sector aún enfrenta desconocimiento y dudas para invertir recursos fuera de su propiedad, aunque proteger la naturaleza es la medida más inteligente para reducir el riesgo de los negocios turísticos, al igual que garantizar la provisión de los servicios que nos brindan los ecosistemas, como el agua, el oxígeno, los alimentos y la protección ante tempestades atípicas.

El sector turismo puede adaptarse colaborando en la protección y conservación de la biodiversidad en sus destinos. Un muro no podrá detener la marea de tormenta, pero un arrecife y un manglar sanos sí reducirán la fuerza del oleaje. La nueva cobertura vegetal de una montaña sí evitará deslaves. Muros y azoteas verdes en un centro histórico sí disminuirán el calor. Los micro humedales dentro de una ciudad sí absorberán el exceso del agua de lluvia regresándola al acuífero en lugar de verterla al drenaje. Construir bajo parámetros a prueba de clima sí reducirá riesgos y pérdidas económicas.

Para demostrar su interés, hace unos años la Secretaría de Turismo (2014) elaboró la Guía local de acciones de alto impacto en materia de mitigación y adaptación al cambio climático en destinos turísticos mexicanos, para orientar a las autoridades municipales en esta labor. Poco a poco se han sumado destinos y empresas a esta iniciativa y al paso de los años ya se cuenta con una, pequeña pero meritoria, aportación del sector turístico para el cumplimiento de las metas climáticas, que suma a la Contribución Nacionalmente Determinada (NDC) y se alinea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030.

El ruido de fondo del cambio climático que escuchamos es similar al chirrido que producen las balatas desgastadas cuando pisamos el pedal del freno de un vehículo. Sabemos claramente que es una señal de alerta, pero, aunque el vehículo es nuestro, seguimos posponiendo su reparación. La singularidad de los activos naturales y culturales que poseemos y la responsabilidad que ello conlleva, debería ser suficiente para actuar, mejorar procesos, consumir responsablemente y viajar de manera sostenible. Adaptarnos es la palabra clave. 

Fabián Trejo ADAPTUR

Colaboración especial de: Fabián Trejo Rojas. 

Profesor fundador de la maestría en Ciencias de la Administración en Turismo en la UNAM y también colabora como académico en la Universidad Iberoamericana. Colabora actualmente en la Cooperación Alemana al Desarrollo Sustentable (GIZ) en México, como asesor técnico en el programa Adaptur. 

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Primer portal de noticias especializado en Turismo Sustentable y Sostenible en México. Comunicando las buenas prácticas de empresas, destinos, gobiernos y organizaciones desde 2015.
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