Increíble pero cierto. La enigmática ciudad inca de Machu Picchu en Perú, lucía vacía en plenas vacaciones de Semana Santa.
El aroma a pasto mojado, el aire limpio que refresca la cara, la majestuosidad de los Andes peruanos y la imponente ciudad construida con enormes bloques de piedra que atraían a miles de turistas cada año, esta vez se miraba solitaria.
No es que perdiera su encanto, al contrario, disfrutar esta maravilla del mundo moderno, sin tener que pelear el espacio con cientos de turistas fue un lujo y seguramente una experiencia irrepetible.
¿Cómo fue posible? La llegada del COVID-19 provocó que miles de viajeros se quedaran en casa, varios países cerraron sus fronteras y Perú no fue la excepción, hasta ahora.
Después de permanecer cerrada siete meses, la zona arqueológica de Machu Picchu abrió sus puertas a finales de 2020 con un acceso controlado, sin embargo, en la pasada temporada vacacional, tuve el privilegio de caminar libremente entre sus pasillos.
Recorrer este lugar con poca gente tiene sus ventajas, más allá de evitar el riesgo de contagio de COVID-19, está disminuir el impacto sobre la zona que ocasionamos como turistas. El viaje casi en solitario permitió tener un guía exclusivo y presto a contestar todas las preguntas, además de poder tomar la emblemática fotografía sin otras personas alrededor.

Descubrimiento en Machu Picchu
En mi visita conocí que Machu Picchu fue construida alrededor de 1450 por órdenes de Pachacútec, el primer gran soberano del Imperio inca. Con la llegada de los españoles y ante los rumores de muerte en los pueblos circunvecinos, los habitantes abandonaron la ciudad.
Estaba dividida en dos grandes secciones: la urbana conformada por construcciones emblemáticas como el Templo del Sol y la agrícola.
La agricultura fue una de sus principales actividades, pues a pesar de estar en lo más alto de la montaña, los incas hicieron terrazas que permitieron el cultivo de maíz y papa principalmente, además, evitaban la erosión del suelo y canalizaban el agua para el riego.
Por años, Machu Picchu permaneció en el anonimato hasta que agricultores de Cusco la encontraron, sin embargo, fue hasta el 24 de julio de 1911 que el norteamericano Hiram Bingham, encontró los vestigios guiados por los lugareños.
En 1913 la evidencia de un pueblo construido en lo alto de una montaña en los Andes peruanos, fue el tema principal de la revista National Geographic que dio a conocer tan importante hallazgo a todo el mundo y, posteriormente, con el apoyo de la Universidad de Yale y el gobierno peruano, se financió un estudio científico en el sitio.
Durante las investigaciones se encontraron más de 46,000 piezas arqueológicas como huesos y piezas de cerámica que fueron trasladadas a Estados Unidos, muchas de ellas enviadas a la Universidad de Yale.

Patrimonio de la Humanidad
Hoy en día, la zona arqueológica de Machu Picchu es reconocida como santuario histórico por el gobierno peruano y declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1983. Según el Ministerio de Cultura de Perú cada año recibía 1.5 millones de turistas.
Para llegar es necesario tomar el tren que avanza a lo largo del río Urubamba desde la ciudad de Poroy, cerca de Cusco, hasta la estación de Aguas Calientes donde deben tomar un autobús que los lleva a la entrada de Machu Picchu.
Por la contingencia sanitaria, los visitantes deben usar cubrebocas para realizar el recorrido, las medidas sanitarias como la sana distancia se procuran en todo momento, aunque por el reducido número de turistas es fácil guardar distancia.
A partir de la pandemia Machu Picchu se propuso reducir el 45% de las emisiones de CO2 en 2030 y de alcanzar la neutralidad en 2050.

Colaboración de Karina Vázquez para Sustentur.