La Península de Yucatán recibe más de 15 millones de turistas al año. De todas las esquinas del mundo este rincón de México siente los pasos de amantes de la arqueología, de jóvenes mochileros sedientos de experiencia y de encuentros, de familias que desean un descanso en la playa y un buen chapuzón en los traslúcidos cenotes. Una gigante y eficiente infraestructura hotelera, de carreteras y transporte, de restaurantes y servicios los acoge y les permite rendirse a la experiencia. Pero hay otra estructura fundamental que hace de esta región un símbolo turístico del país, y surge la pregunta siempre sobre cuántos de estos visitantes la ven, la dimensionan, la aprecian… si tan solo por el tiempo que la disfrutan. Esta “estructura” es el paisaje de la Península de Yucatán. Aterrizar en esta enorme roca caliza es entrar en contacto con el segundo bosque tropical más grande del continente, la Selva Maya, y con los sistemas arrecifales y de ríos subterráneos más importantes del mundo.
El “monte” de esta región, la vegetación que a la vista aparece ruda y arbustiva, como un inmenso manchón verde, alberga una diversidad de maderas preciosas, árboles frutales, raíces y alimentos endémicos; produce el 50% de la miel de México; resguarda el 50% de la población de jaguares y hasta 500 especies de aves residentes y migratorias; protege los vestigios de la gran civilización Maya y es hogar de sus herederos. La Selva Maya, el Arrecife Mesoamericano, y su red de más de 7,000 cenotes con entrada a cuevas y ríos subterráneos son como tres gigantes míticos -Tierra, Agua y Mar-, de cuyo encuentro surge la belleza, la cultura y la biodiversidad al alcance de los sentidos de un visitante.
Pero, así como la mitología se ha desdibujado de la cosmovisión del siglo XXI, así estos tres gigantes se erosionan, frágiles. Basta sentarse con un ambientalista para probar el apocalipsis (y preferir negarlo). Cada gigante enfrenta su némesis: La Selva Maya se ve amenazada por la ganadería y agricultura extensiva que aceleran la deforestación. “Monte sin uso”, se dice, y se levanta la selva como si fuera alfombra para dar paso a ganado que hace 60 años no había en esta región y a monocultivos que debilitan a los ecosistemas, que eliminan a los polinizadores, que ahuyentan las aves hasta las ciudades y enflaquecen al rey jaguar y a los demás felinos. El Arrecife Mesoamericano lucha contra la sobrepesca, la sobrecarga del turismo y los silenciosos efectos del incremento en la temperatura del mar que transforman asombrosas colonias de corales a pálidos espectros flotantes. Finalmente, el rey del inframundo siente como sus venas se cargan de agroquímicos, de residuos tóxicos, siente el turquesa del cenote trastornarse en un lodoso marrón, busca respirar empujando todo a la ilusión de la infinidad del mar para respirar, para seguir proveyendo agua a sus 4 millones de habitantes.
La presión aumenta. Tres guardianes responden: el 10 de diciembre de 2016, en una reunión en paralelo a la Conferencia de las Partes 13 de la Convención sobre Diversidad Biológica, los gobiernos de los tres Estados que conforman la Península de Yucatán: Campeche, Yucatán y Quintana Roo, firmaron un acuerdo regional que les permite establecer estrategias de sustentabilidad y de cambio climático hacia el 2030. El “Acuerdo para la Sustentabilidad de la Península de Yucatán” (ASPY 2030) es el resultado de la visión conjunta y la corresponsabilidad de la región para lograr un desarrollo sustentable, el cual no puede ser posible sin la coordinación de los gobiernos, las comunidades, las empresas, el sector académico, las organizaciones de la sociedad civil y los visitantes de esta región. Esta ambiciosa visión contiene seis grandes metas para el 2030:
- Cero deforestación neta
- Restaurar 2 millones de hectáreas terrestres, incluyendo la intensificación sustentable de actividades agropecuarias, así como de restauración de selvas degradadas
- Lograr que el 50% del territorio terrestre y costero se encuentre bajo esquemas de conservación
- Promover los paisajes bioculturales mayas en 5,484,000 hectáreas
- Atraer recursos de fuentes privadas e internacionales que promuevan la economía verde
- Restaurar el 20% de las crestas arrecifales y el 30% de los sistemas playa-dunas costeras
Igual a la aventura del héroe, el camino hacia una visión al principio nunca es claro. Los guardianes de la Península de Yucatán tienen una audaz labor de por medio, de asegurar que estas grandes metas representen los valores de toda su población y que de manera colaborativa se trace una ruta responsable, contundente, de impacto real. Los tres gigantes no podrán ser personajes de trasfondo, estructuras invisibles a la merced de grandes presiones. Los líderes de esta región han puesto como prioridad, como centro de la identidad de la Península de Yucatán el tener los pies sobre su selva, el corazón sobre sus ríos, la abundancia sobre su mar. Y esperamos que no haya un solo visitante que no lo sepa y que se sume al aprecio y al cuidado de los tres gigantes de la roca caliza.
Por: Mariana Vélez, especialista del Programa Selva Maya en The Nature Conservancy