En espera de una señal, inhalo y exhalo mi ansiedad a través de un tubo de plástico. Mis náuseas suben y bajan al compás de la lancha situada en algún punto del mar Caribe, donde me han dado branquias artificiales y aletas para nadar por primera vez con un gigante marino. ¡Ya no hay vuelta atrás!
De entre los pliegues de la superficie del agua satinada se desliza una mancha gris salpicada de puntos blancos, y casi de inmediato llega la señal.
¡Go, go, go!, grita el capitán de la embarcación al guía sentado a mi lado y este me empuja con la mirada. Los dos caemos al agua. Él, con la gracia de quienes nacen cerca del mar; yo, con la desgracia de estar a punto de parir mis entrañas.
Al golpe seco le siguen segundos de caos. Las cintas del chaleco salvavidas rasgan mi entrepierna, y mi pensamiento naufraga en las imágenes de la película Tiburón parte 1, parte 2 y consecuentes con las que Hollywood se encargó de satanizar a una especie y, por asociación, a toda su parentela marina. Incluso al parsimonioso tiburón ballena, con el que ahora comparto el mar.
Mientras las burbujas se disipan, dudo: “¿Y si no es tan inofensivo como dicen?”. Podría mi cuerpo, de poco más de metro y medio, entrar en su boca. “¿Y si me engulle?”. Y, y, y si tal vez yo no debiera estar aquí, invadiendo su espacio.
“Bienvenida, señorita, ¿quiere nadar con el tiburón ballena?”, me dijo un hombre de piel calcinada a mi llegada a Holbox, una de tres islas del sureste mexicano que aparece en el mapa mental de los viajeros cuando se menciona a Cancún, la panacea turística de México y principal responsable de colocar al país en el sexto lugar del ranking de la Organización Mundial del Turismo.
Sin embargo, alejarnos sesenta kilómetros del hervidero de los cuarenta mil cuartos de hotel y las noches desenfrenadas de Cancún parece ser la complicidad tácita entre quienes hemos desembarcado del ferry.
El hombre encargado de dar la bienvenida se disputa la atención del grupo con otros guías y taxistas que ofrecen el servicio en carros de golf. Todos, sin importar su función, utilizan al tiburón ballena como carnada. Y allí vamos los turistas como cardúmenes, atraídos por la promesa de venta de nadar con el pez más grande del orbe, en una isla paradisiaca, de uno de los países con mayor diversidad del mundo. ¿Cuánto cuesta semejante espectáculo?
“Te lo dejo en mil pesos o 60 dólares”, me dice un vendedor en una tienda de abarrotes de la isla. Y reflexiono: En Miami la entrada al nado con delfines en cautiverio cuesta en promedio 150 dólares. Sí que es el paraíso.
Piel de dominó
A los 35 grados centígrados del verano, Holbox se torna una isla paradisiacamente infernal a lo largo de sus 40 kilómetros de largo y dos kilómetros de ancho. Desde que en 2002 los pescadores dieron aviso de la numerosa presencia de tiburones ballena entre los meses de mayo a septiembre, la noticia atrajo a otra especie igual de enigmática: los turistas.
La línea ascendente en la gráfica de personas que realizan el tour es elocuente. Entre 2002 y 2011 el número se mantuvo por debajo de veinte mil; en los siguientes seis años se elevó gradualmente a setenta mil hasta llegar al punto máximo de noventa mil turistas en 2014. Este incremento no guarda relación con el número de ejemplares de la especie, sino con la emisión de permisos a embarcaciones.
A una tasa de incremento promedio anual de 17%, el número de permisos que inició, en 2003, con poco menos de 50 llegó a su punto más alto en 2016, con 300 embarcaciones autorizadas para realizar la actividad, de acuerdo con el registro de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), responsable de otorgar las autorizaciones.
“El nado con la especie presenta un crecimiento exponencial que está beneficiando a muchos, pero yo siempre hago esta reflexión: si está generando una importante derrama económica a muchos sectores, ¿quién invierte para que el tiburón ballena y su hábitat se mantenga saludable?, comenta María Andrade, directora de Pronatura Península de Yucatán, asociación civil que desde 2004 monitorea los ejemplares. Y remata: ya tenemos muchos ejemplos de actividades basadas en especies que han colapsado, pero con el tiburón ballena estamos a tiempo de minimizar los impactos negativos si sumamos esfuerzos”.
La Conanp está a cargo de la vigilancia de las tres Áreas Naturales Protegidas donde ocurre el avistamiento de la especie; un vasto territorio marino de 700 mil hectáreas protegidas por la Reserva de la Biósfera Yum Balam, la Reserva de la Biósfera Tiburón Ballena y, desde 2017, la Reserva de la Biósfera Caribe Mexicano.
De acuerdo con el reglamento, cada embarcación puede trasladar a 10 personas. Al momento de realizar el nado con la especie solo dos nadadores en compañía de un guía pueden lanzarse al mar. Sin embargo, en el día a día la realidad es otra. Las embarcaciones emprenden la búsqueda de los bancos de tiburones ballena en ese inmenso espacio marítimo; la “cacería” puede demorar más de una hora en condiciones de buen clima. Hay día favorables de conjuntos numerosos, pero cuando con suerte se detecta un solo tiburón, la búsqueda se convierte en acoso. Las embarcaciones lanzan a sus turistas en simultáneo, lo que ocasiona el lamentable espectáculo de hasta 20 personas alrededor de un solo pez.
Tras las recomendaciones de investigadores, touroperadores y en aras de mantener la calidad de la experiencia, las autoridades dieron paso a una revisión estricta de permisos que dejó fuera a cerca de 60 embarcaciones. Para la temporada 2018 el número de permisos se redujo de 300 a 240.
En años anteriores, la autoridad estableció, sin éxito, “días de descanso” para el tiburón ballena, es decir, días sin actividad turística. En busca de un mejor esquema, durante los últimos dos años se estableció un programa de autorregulación, que hace corresponsables a los touroperadores de controlar e informar acerca del número de embarcaciones que realizan el trayecto cada día, además de participar en los estudios de monitoreo de la especie, comenta Ricardo Gómez Lozano, director regional de la Conanp para la Península de Yucatán y Caribe Mexicano.
El Rhincodon typus se encuentra catalogado internacionalmente como especie vulnerable según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés). En México está la especie está incluida en la NOM-059-SEMARNAT-2010, considerada como amenazada. Sin embargo, en el perímetro marítimo de Holbox sigue ocurriendo la mayor agregación en el mundo por periodo prolongados.
Estudios dan cuenta de cerca de 1400 individuos durante la temporada que transcurre de mayo a septiembre y múltiples monitoreos aéreos confirman agregaciones de entre 420 y 500 tiburones alimentándose simultáneamente en una misma zona. Es una población juvenil donde hay machos y hembras como “Río Lady”, bautizada así por el investigador Rafael de la Parra, quien en 2004 lideró para Conanp el proyecto “Dominó”, el primer estudio en la zona del Caribe. “A este tiburón hembra le pusimos una marca en 2017 durante cinco meses, al cabo de este tiempo la marca se liberó en un punto entre Brasil y África, cerca del Archipiélago de San Pedro y San Pablo, después de un recorrido de siete mil kilómetros, por eso la bautizamos “Río Lady”, es el animal con el mayor trayecto monitoreado”.
De la Parra ha estado cerca del tiburón ballena desde varias trincheras: como funcionario de Áreas Naturales Protegidas, como investigador y también como touroperador. Actualmente, continúa con las investigaciones a través de su organización Chooj Ajuil, (palabras mayas que significan Señorio Azul) un consorcio que reúne a más de 15 instituciones de investigación nacionales e internacionales.
Desde hace varias temporadas desarrollan dos proyectos de suma importancia para el manejo de la actividad de nado con el tiburón. El primero busca establecer un monitoreo de la especie en tiempo real con la colocación de cinco etiquetas a igual número de ejemplares. Son dispositivos de alto costo y precisión que han ido perfeccionando para afinar la información de la ubicación de la especie. “Si podemos saber en tiempo real dónde está el tiburón podemos mejorar el manejo de la actividad turística en un esquema beneficioso para todos: investigadores y touroperadores. Evitaríamos el excesivo gasto de combustible, disminuiríamos el tiempo de búsqueda y evitaríamos riesgo de atropellar al animal”, comenta.
El segundo proyecto, también involucra monitoreo de ejemplares con dispositivos que arrojen información para conocer con mayor certeza el comportamiento del tiburón en presencia de nadadores. “Es importante que se sepa este esfuerzo y que las autoridades nos apoyen. Nuestro permiso de investigación está condicionado a dar prioridad al turismo, cuando en otras zonas del país la investigación es lo prioritario”. Defiende la importancia y beneficio de la actividad turística que, aunque desorganizada y multitudinaria, ha generado conciencia en la conservación de esta y otras especies. “Estamos seguros de que en el Caribe no se mata a ningún tiburón ballena”, expresa.
El más esperado del Caribe
El tiburón ballena es el chico popular de la escuela. Delfines, rémoras, tortugas, turistas, pescadores e investigadores deseamos estar cerca de él, aunque nos ignore. La bióloga marina Natalí Cárdenas se cuenta entre los investigadores del estudio a cargo de Pronatura, en alianza con el Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav). El estudio, cuyo objetivo era caracterizar el hábitat de la especie, fue integrando nuevas líneas de investigación hasta titularse “Programa de Manejo Sustentable del Tiburón Ballena en el Caribe Mexicano”.
La investigación categorizó el nivel de respuesta o modificación en el comportamiento de la especie ante la presencia de turistas. Cárdenas explica que en el 50% de los casos no hubo impacto; el pez se mantuvo en la superficie sin cambios de comportamiento. En el 33% de los casos hubo un impacto leve, que se evidencia cuando el pez se sumerge gradualmente. En el 13% el impacto quedó registrado como moderado, con la inmersión total del tiburón o aumento de velocidad para alejarse de los nadadores. Solo en el 4% de los casos el impacto fue catalogado como severo, es decir, “el tiburón hace banking, inclina el cuerpo, cierra la boca e interrumpe su alimentación”.
Concluye que el número de nadadores y embarcaciones está teniendo un efecto sobre el comportamiento de la especie y sobre la percepción del turista acerca de la actividad. “El simple hecho de caer abruptamente al mar genera un impacto”, agrega.
El sentimiento de culpa me lleva a recordar mi abrupta entrada al mar durante mi primera cita con Don Tibu, como le digo ahora de cariño. Estando ya en el mar, vi venir de frente el enorme agujero negro de su boca succionando a esos seres, invisibles al ojo humano, de los que se alimenta. Estaba más y más cerca, y, en cuestión de un segundo, pasó a mi lado sin siquiera saludarme. Con la determinación de una rémora comencé a nadar hasta situarme a su lado. Vi muy de cerca los pliegues de sus branquias. Fijé mi vista en esos lúdicos puntos blancos que según los investigadores son sus huellas dactilares. Me alejé de él al recordar las recomendaciones previas del guía, “por favor, manténganse a un metro de distancia”, pero ya superado el miedo, deseaba estar más cerca del “gigante de los mares”. De no ser porque está prohibido tocarlo, me hubiese abrazado a su aleta para acompañarlo en su viaje. ¿Se puede llorar bajo el mar? Afortunadamente, no.
Si yo hubiese estado entre los 655 turistas encuestados entre 2014 y 2016 como parte del estudio, estaría entre el 76% que calificó la experiencia como “Excelente”. Otro 22% considera que la actividad es “Buena” y un 2%, “Regular”. Cárdenas reconoce que la alta satisfacción del turista no evita las quejas relacionadas al elevado número de personas y embarcaciones realizando la actividad con uno o con pocos tiburones ballena. Esta situación es uno de los variados comentarios en Tripadvisor.
Desde Tampa, Florida, Sophie T. escribe: “Una vez que encuentras a los tiburones ballena, te das cuenta de que hay muchos otros botes y la experiencia es como en un circo… No es mágica, para nada… Es realmente una lástima”.
En cambio, Sally H. se queja de la ausencia de la especie: “Desafortunadamente, no vimos ningún tiburón ballena en el tour. No creo que la página web explique a detalle el porcentaje de riesgo de ver o no verlo. A diferencia de otros tours en Australia y Nueva Zelanda, no te reembolsan total o parcialmente si el servicio que pagaste no se entrega”.
Pedro C. retrata otra cara de la moneda: “Supuestamente, nos dijeron que podríamos estar todo el tiempo que quisiéramos bañándonos con los tiburones, y claramente fue mentira”.
Desde hace varios años, la implementación de buenas prácticas de sustentabilidad y una que otra estrategia por parte de los touroperadores se han convertido en una herramienta contra la diversidad de situaciones. Las altas expectativas de los turistas sobre la actividad juegan a favor y en contra. La pregunta recurrente de los visitantes antes de realizar la actividad es si está garantizado que verán a la especie, sobre lo que Kim Lima, integrante de la Asociación de Ecoturismo de Isla Mujeres, reflexiona: “¿Acaso creen que lo tenemos amarrado? La única forma segura de ver al tiburón ballena es en el acuario de Georgia encerrado en una piscina, aquí está en su hábitat natural; no es correcto que los vendedores de tours prometan al turista ver a la especie, porque esto nos crea muchos problemas de operación”.
La empresa Blue Caribe comercializa la actividad al estilo safari: “Le explicamos al turista que esto es como ir a África, probablemente no veamos al animal, pero en su búsqueda veremos muchas otras especies como delfines, mantarrayas, tortugas”, afirma su director, Ernesto Zeledón.
“Durante la temporada salimos en busca del tiburón unas 80 veces y cada día es diferente. El turista llega con una idea preelaborada por los anuncios de publicidad; además, siente que por haber pagado puede desobedecer el reglamento, por eso los touroperadores estamos obligados a mejorar la comunicación y bajar esa falsa expectativa”, agrega Willy Torfer de la empresa VIP Holbox.
Marcelo Cupul, otro miembro de la Asociación va más allá en su comentario: “nuestro problema es que cuando inicia la temporada, el tour de tiburón ballena se vende hasta en las cantinas, salen vendedores por todos lados, no pertenecen a ninguna empresa y no están regulados; con tal de vender engañan al turista diciéndole que podrán tocar al animal y ofrecen el tour un precio muy bajo”.
Esto explica la diferencia entre dos mil quinientos pesos, el costo más alto de venta del tour, y la oferta de mil pesos del vendedor en la tienda de abarrotes. Explica también la presencia de “tiburones” en la cadena de comercialización, si tomamos en cuenta que algunas mayoristas exigen hasta 58% de comisión por venta.
No existía competencia cuando a inicios del nuevo siglo, Vicente Cáceres salía al encuentro del tiburón ballena en los primeros tours de Holbox. Era tan fácil, como casi todo en la vida de los pescadores. “Conseguíamos los turistas, las cervezas y vámonos…No había reglas y nadie usaba chaleco salvavidas, pero ya aprendimos y aprendimos bien”, dice orgulloso de sus numerosas horas de capacitación. Cuando llegó a Holbox, hace 40 años, la palabra de sus 1200 habitantes tenía mucho valor. En las pocas tiendas de abarrotes aceptaban pescado a cambio de otros alimentos y artículos; las deudas se anotaban en papel con la seguridad de que serían pagadas. De Holbox me enamoró el silencio», dice con nostalgia. Ahora Holbox es un ir y venir de gente desconocida que durante casi todo el año satura los 900 cuartos de hotel e incuantificables hospedajes bajo la modalidad Airbnb.
Cuenta que aún entre los años 80 y 90 la pesca daba lo suficiente para vivir. “Cuando se acababa el dinero, nos íbamos una semana al campamento y regresábamos con todo: pulpo, langosta, robalo, meros de hasta cinco kilos, de tanto, nos lo acabamos y vino la crisis, hasta que empezamos a llevar gente a nadar con el tiburón”.
En su relato dibuja un Holbox en el que cada habitante pasó a ser un punto en la piel del tiburón ballena: los pescadores reconvertidos a touroperadores; maestros que durante las vacaciones de verano hacían las veces de guías de turista; las amas de casa dedicadas a preparar los alimentos para los turistas; albañiles, que aun sin saber nadar se integraban a la cadena de bonanza y hasta ejidatarios, que vendieron tierras para comprar embarcaciones, tierras que fueron ocupadas más tarde por hoteles y restaurantes. El dicho popular reza en Holbox el dinero brotaba hasta por las coladoras. En 2005 los ingresos totales generados por la actividad ascendían a 949 mil dólares, de acuerdo con el estudio Tiburón Ballena y bienestar comunitario en Holbox. Desde 2016 la cifra superó los 2.5 millones de dólares de acuerdo con la Administración Portuaria Integral de Quintana Roo.
A 16 años del inicio de la actividad turística relacionada con el tiburón ballena, las coladoras de Holbox se desbordan de aguas negras a la menor lluvia. En julio de 2017 los servicios de electricidad, suministro de agua potable y recolección de basura colapsaron a tal punto, que los habitantes amenazaron con cerrar la isla como medida de presión a las autoridades.
La gente cambió y con ella la isla que cada 30 de agosto celebra el “Día del Tiburón Ballena”.
“Yo hice mi evolución”, insiste Vicente que habla con orgullo de las buenas prácticas implementadas por la empresa VIP Holbox, donde labora como guía desde hace ochos años. “Entendí que no era ético ni sustentable cuidar al tiburón ballena y luego llegar a casa a comer huevos de tortuga; por eso ahora si vemos una botella de plástico a mitad del mar, nos detenemos a recogerla”.
Defiende el que los habitantes de Holbox fueron los pioneros del avistamiento del tiburón ballena como actividad turística; sin embargo, los touroperadores que trabajan desde Cancún se llevan el mayor número de permisos y turistas. “Siempre lo digo, allá en Cancún los turistas son un número más, acá en Holbox los tratamos como personas”.
Texto: Ángela Paredes Ortega, coordinadora de contenidos de Sustentur